martes, 3 de marzo de 2015

1846 Los aguatenientes y el reloj, la hambruna con alta mortandad infantil y el alcalde a por el título de "villa"

Quemado de tantas "velas" de la parroquia Luis Ponce Ponce, toma el relevo otro de la familia. Es así como en febrero el alcalde es de nuevo Antonio José Ponce Ponce, mandato que va a tener importantes hitos en la historia del municipio de Arucas, uno importante para el justo reparto de las aguas de la Heredad, otro calamitoso y otros paradójicos e interesados.

Siguiendo ese orden, el hecho importante es el comienzo el 2 de Junio de la construcción de la torre nueva en la que se instalaría el reloj de la Heredad. Se materializaba así la propuesta que en abril presentó Miguel Suárez Ponce a la Junta de la Heredad, dada la necesidad de establecer un patrón horario para medir las azadas de agua en el reparto a los herederos que tanto conflicto venía suscitando y a tal fin propuso la construcción de una nueva torre en la iglesia para la instalación de un reloj.

La propuesta que parecería loable, tuvo una la total oposición de un grupo de herederos: Antonio Navarro, Juan Antonio Guerra, Juan Gabriel González, vecino de Firgas, Antonio Sicilia, Juan Melián Caballero, apoderado del  Marqués del Buen Suceso, Mariano Collina, apoderado de Benigno Mandillo y  Virginia Gourié de Mandillo, Julián Torón, vecino de Las Palmas, representante del Conde de La Vega Grande, Pedro Moreno Lezcano, José Suárez González y Agustín Suárez, vecino de Teror, representante de Agustín Manrique. «La mayor parte de ellos eran representantes de Herederos, por lo cual no podían tomar decisiones propias, ya que solo eran administradores de altas personalidades de esta provincia».

Los que se opusieron llegaron a dar cuenta del acuerdo al Jefe Político, quien se dirigió al alcalde para que se anulara tal acuerdo y se paralizara cualquier inicio de obra. Como la Heredad por acuerdo mayoritario siguió adelante con el acuerdo, se llegó a decir por los mismos oponentes que el coste de esta propuesta podía superar los fondos de los Secuestros de la Heredad, y ellos no estaban dispuestos a pagar cantidad alguna. En el ambiente se sabía que todos tenían en las dulas de reparto de aguas más azadas que las necesitadas por sus tierras, y las que no utilizaban las ponían a la venta al mejor precio a otros agricultores. Eran sencillamente "aguatenientes", que además controlaban a los acequieros para cerrar con la torna la boquera de la cantonera o de la atarjea antes de cumplirse la hora que medía la azada, cuestión que había ocasionado conflictos y que se intentaba solucionar con el reloj patrón.  

Dicen las crónicas que el coste de la torre que fue 77.668 reales de vellón, pagado en su totalidad por la Heredad. Con una altura de 22 metros y diseño del joven aruquense Gregorio Guerra Rodríguez, fue construida por el maestro de obra Rafael Henríquez Marrero, padre de Norberto Henríquez.

En relación con el asunto calamitoso, ya en la primera sesión extraordinaria del ayuntamiento, 31 marzo, se trata de la situación de miseria, calamidad y hambruna que padece el municipio «... por la falta de lluvias, pérdida de las cosechas y gravámenes de contribuciones... ». Cuentan las crónicas de la evolución de esas primeras y leves notas del consistorio que «al final del año 1846 se propagó una maligna epidemia que consistió en hambre violenta, insaciable. Tanto que acabando de comer los atacados, volvían a sentir hambre, como si no hubieran comido. A esta calamidad se añadió la de haber sido escasa la cosecha en el año anterior, por lo que no faltó quien llegase a comer "pencas de tunera", raíces de helecho y otros "comestibles" semejantes. Esta enfermedad continuó ha pasado el mes de abril quedando extinguida por completo cuando estaban cercanas las fiestas patronales».

Los estudios demográficos realizados siglos después sobre bases estadísticas, llegan a conclusiones de calamidad pública. Sin ningún tipo de asistencia médica ni sanitaria, las capas populares y, en particular, los niños fueron lógicamente los más diezmados por las enfermedades inexorables que suelen acentuar su morbilidad en todos aquellos organismos previamente debilitados por la desnutrición. A nada menos que un 60 por 100 de los finados asciende el coeficiente de niños sepultados en 1846 con edades comprendidas entre cero y diez años. Si es preocupante para una población que la tasa de mortalidad casi se duplique, más preocupante es que el 60 por ciento de los fallecidos sean niños, pues además de su contenido humano y social, supondrá la interrupción del crecimiento vegetativo de la misma.
Detalle (Fedac)
Todo ello a pesar de que se intentó mitigar su efecto cuando el gobernador Eclesiástico ordenó que se repartiera entre los necesitados todos los fondos de la Fábrica parroquial y de las cofradías, donando además el ayuntamiento 120 fanegas de trigo y ordenar que en las tahonas se vendiera el pan al costo. Fue una hambruna que castigó a toda la isla registrándose unos 3.000 muertos, pero en el pueblo de Arucas cuyo sustento era la agricultura fue de enormes proporciones.

Y con todo este panorama desolador de calamidad pública, en la que el ayuntamiento se limitó a conseguir que algunos agricultores regalaran 120 fanegas de trigo de las que tenían en sus silos, sus preocupaciones y ocupaciones iban en otras direcciones. Todo el empeño del alcalde Antonio José Ponce Ponce y sus regidores municipales se centró en obtener el título de Villa para el pueblo de Arucas, fundamentando la solicitud en su gran número de vecinos, unos cinco mil habitantes contando los colonos cosecheros, y ello pasando de puntillas e ignorando que en ese momento estuvo a punto de duplicarse la tasa bruta de mortalidad,  que terminadas las cosechas, los efectos de la hambruna y la fuerte emigración, los estantes podrían quedar en unos 3.500. También se fundamentó en su gran desarrollo agrícola, y no se cultivaba nada por la gran sequía, al margen que Arucas siempre tuvo importantes cambios de ciclos en sus aprovechamientos agrícolas, de donde el sector primario era de grandes variaciones. No extrañaría nada que en esta meta muchos fueron los que se sumaron para conseguirlo.

Podría pensarse que tal meta de obtención del título de Villa respondía exclusivamente a un capricho del Alcalde o un sentimiento egotista de Arucas, que también, pero la realidad era muy distinta. Los cambios operados en la legislación municipal hicieron dependiente al ayuntamiento de Arucas del Jefe Político, en este caso, dependían del Ayuntamiento de Las Palmas para determinadas decisiones. Y había temas pendientes de gestión de indudable importancia para los burgueses aruquenses, sencillamente la subasta de los bienes desamortizados e incautados por el Estado.

Sencillamente porque la división de los lotes a subastar se encomendó a comisiones municipales, cuestión que el atributo de Villa podría despejar, y así fue como estas comisiones se aprovecharon de su poder para hacer manipulaciones y configurar grandes lotes inasequibles a los pequeños propietarios pero en cambio asumibles su pago por los nuevos burgueses, que ya estaban haciendo "cajas" muy adineradas que poder comprar grandes y pequeños lotes. De esta forma los pequeños labradores no pudieron acudir a las subastas de tierras y aguas que fueron rematadas por burgueses adinerados, como años más tarde se verá. Este mecanismo de manipulación impidió el éxito de la reforma agraria con una mayor distribución de la propiedad de la tierra.

Nótese donde estaba el verdadero interés de la corporación cuando en el acuerdo remitido al Ayuntamiento de Las Palmas se deslizaban las palabras «gravámenes de contribuciones» (destacadas por nosotros en bastardillas), que son las cargas fiscales cuyos padrones confecciona el ayuntamiento y que se aplican a los contribuyentes que formarán el censo electoral, sin relación alguna con la situación de hambruna, porque el propietario agrario tiene años buenos y años malos, cosechas abundantes y cosechas escasas, y así ha sido siempre la regla de esta actividad primaria, sin necesidad de medidas de gracia fiscales. Los regidores municipales de Arucas se ocupaban más de los efectos desfavorables sobre el sector de los propietarios agrícolas, entre los que ellos mismos se encuentran, y así argumentan la prórroga o exención del pago de las contribuciones.

Que no sea un comentario mal intencionado lo prueban los acuerdos que en sesiones posteriores adopta el ayuntamiento bajo el mandato del alcalde Antonio José Ponce Ponce. En la sesión del 2 de julio el acuerdo dice: «Igualmente se acordó se fije un bando para que todos los deudores al Pósito comparescan a pagar sus respectivas deudas y de los primeros ingresos páguese el contingente de todos los años que se adeudan y que tantas veces ha reclamado el Sr. Jefe Superior Político, a quien se ofician manifestándole lo conducente de este acuerdo, con objeto de que entre tanto se verifica la cobranza que será en el corriente mes se sirva conceder el oportuno permiso».

El epitafio de este anal nos resumiría  «... el tinglado de la antigua farsa, la que alivió en posadas aldeanas el cansancio de los trajinantes, la que embobó en las plazas de humildes lugares a los simples villanos, la que juntó en ciudades populosas a los más variados concursos ...» que nos describe Jacinto Benavente en su obra "Los Intereses creados", escenificado en la ahora nueva villa de Arucas.

A un lado, los que buscan el reparto equitativo de las aguas del heredamiento a través de un reloj patrón, al otro, los "aguatenientes" que se oponen al reloj para seguir especulando en la torna; a un lado los pobres invisibles que padecen la hambruna por el desabastecimiento, contemplando impotentes como se lleva a la tumba a gran parte de sus retoños, y al otro lado, los aburguesados políticos buscando el título de "villa" para alcanzar más competencias municipales que les permita condonar impuestos y confeccionar los lotes de los bienes que han de subastarse. Resumiendo, a un lado, los que luchan por la justicia social, y al otro, los que prosperan con la injusticia social.


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